Pepo Noel comenzó el recorrido hacia sus cuatro décadas distribuyendo semillas de inocencia

El 24 de diciembre cumplió con el ritual número 39 de la previa de Navidad, recreando el hermoso momento que todos esperamos, una herencia emocional que atraviesa generaciones, desde los gurises de ayer hasta los de hoy.

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Pepo Noel, en el camino hacia sus 40 años de magia. Fotos: Silvina González

Con el último caramelo que salió de su mano con destino a la de ese chiquito larroquense que representa a los cientos  de gurises que vísperas de "Nochebuena" y desde hace 39 años, formaron parte del ritual, Pepo Noel inició el camino hacia sus 40 años repartiendo caramelos por la calles de la ciudad.
 
Y  quien más que Pepo tendrá grabado en su corazón, antes que en sus retinas, el paso implacable del tiempo, viendo crecer a bebés en brazos de sus padres, que hoy llevan en manos a sus hijos y hasta algún ñietito. ¡Qué sentirá cuando pasa por algunas esquinas o frentes de casas, en las que ya no sale nadie, porque no está ese gurí, que creció y se fue, ni los adultos que ya se marcharon del otro lado de la vida.

Pero el motor interno que moviliza a Pepo y sus colaboradores no repasa el pasado al trasluz de la nostalgia, lo vive con la alegría y expectativa del primer día, porque siempre una parte del públco se renueva y entre decenas de caritas ya conocidas, aunque cambiadas en pocos meses, aparece una nueva, quizá con un poco de miedo o con la confianza que viene de saber que el gordo de rojo solo reparte masticables y ternura y que no hay razón para el llanto.


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Esa es la memoria afectiva que la inocencia pura dispara cuando se siente la sirena de la camioneta que tira del trineo, y ese murmullo lejano de risas y gritos callejeros que aumenta el volumen cuando la caravana se acerca, hasta que pasa y se apaga y quedan los gurises investigando la cuadra, por si algún dulce proyectil queda solitario, al castigo del sol impiadoso del 24 a la tarde.

Y cada caramelo es una semilla que toca la mano y ya se empieza a saborear por dentro, que germina y por un rato la dulzura se nos mete en el alma y nos hace más buenos. Y crece dentro nuestro algo distinto que despierta el niño interior y nos lleva a ser parte de este ritual mágico. 

Podrá haber otros "Papás Noeles" en Argentina o en el mundo, que tendrán sus historias y anécdotas, pero nosotos sabemos que el nuestro es único, que vale lo que pesa, pero la tasación de ese valor es en monedas de ternuna.

Pero al final Pepo nos estafa, porque por el precio de repartir caramelos, se lleva un premio que todos quisiéramos tener: un paquete envuelto de varias capas de amor, que adentro tiene sonrisas, la picardía de los que hacen varias cuadras juntando carmelos y las miradas inolvidables que se mezclan con las imágenes de casi cuatro décadas.

Y que el año que viene, por más que todos sepamos que es él, lo volveremos a ver pasar, tal vez ocultos en la vergüenza de haber crecido o tirados de panza y ganando el manotazo hacia el último caramelo.

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